Por Jesús Ramos
Se sabe que el 15 de enero el PRI publicará su convocatoria para designar al presidente estatal de Puebla. Vaya vértigo. Los métodos para elegirlo son tan democráticos como su historia, o asamblea de delegados o candidato de unidad.
En cualquiera de las dos rutas, el acuerdo estará tomado antes de comenzar por haber llegado el partido al límite existencial de negociar antes que elegir. Y en ese clímax desfilan los nombres de Lorenzo Rivera, Héctor Laug, Delfina Pozos y Teodomiro Ortega.
Todos con méritos suficientes para administrar la franquicia de Alejandro “Alito” Moreno, personaje que entendió que los PRI’s estatales no son estructuras partidistas, sino negocios en concesión donde tiene que sonar la caja registradora, se operan con oportunismo y se liquidan con oportunidad.
Puebla no será la excepción, aunque derramen tinta con la versión catastrofista de que el tricolor está a borde del abismo, por supuesto que hay interesados en administrarlo mientras el cadáver político cobre prerrogativas.
Hablar de la desaparición del PRI sería exagerado y fuera de toda realidad, no porque tenga futuro, sino porque la muerte política de partidos precámbricos como él, requieren más tiempo de lo que muchos suponen o la caída de un meteorito.
Digan lo que digan, escriban lo que escriban, conserva lo suficiente para sobrevivir de aquí al 2027 y más allá, su voto duro se empequeñeció, pero le alcanza para obtener cuando menos el 3 por ciento necesario de la votación en las intermedias venideras.
Lo que queda del PRI vive del recuerdo y de las franquicias regionales que Alito escritura al que le represente ganancias. Y mientras los priistas poblanos atinan al mejor de los prospectos, el verdadero dueño se frota las manos en las oficinas centrales de la Ciudad de México redactando convocatorias con signos de pesos.@analisistv











