Por Jesús Ramos
La tragedia volvió a tocar la puerta de Puebla. Esta vez con la furia incontrolable de la depresión tropical Raimond que azotó sin clemencia las sierras Norte y negra, dejando tras de sí rastros de destrucción, luto y pérdida.
Hasta ayer, el gobernador Alejandro Armenta, habló de 12 fallecidos y 11 desparecidos. Números fríos que, sin embargo, no alcanzan a expresar la magnitud del sufrimiento humano que esconden.
Son familias enteras devastadas, comunidades incomunicadas, caminos deshechos, viviendas bajo el lodo y la esperanza suspendida entre la tristeza y la fe. Treinta y siete municipios fueron impactados por el meteoro.
Son 37 puntos del mapa poblano donde la naturaleza recordó lo frágiles que somos, su fuerza bruta y lo despiadada que puede ser. Las lluvias no sólo se llevaron vidas, también arrastraron cosechas, negocios, herramientas de trabajo, infraestructura pública y social.
En un instante, la debilidad de la condición humana quedó expuesta. Lo que tarda años en construirse con esfuerzo y sacrificio se perdió en una noche. Pero si algo distingue a este país, es su capacidad para ponerse de pie ante la desgracia.
Las tragedias nacionales han curtido al pueblo. Siempre demuestra una virtud que pocos conservan, la solidaridad, esa fuerza invisible que nos impulsa a tender la mano, a compartir lo poco o mucho que tenemos, a ser uno solo frente a la adversidad.
Miles de familias poblanas nos necesitan. No basta con la compasión ni con las palabras de consuelo. Se requiere acción. Es momento de acudir a los centros de acopio, de confiar en las instituciones y organizaciones cuya buena reputación garantiza que la ayuda llegará a quienes más lo necesitan.
No dejemos que la indiferencia nos gane. La naturaleza golpeó fuerte, sí. Pero los poblanos, y mexicanos en general, estamos cerca de aquellos que nos necesitan en las malas y peores. Así ha sido. Nuestro corazón humano es solidario. Ayudar también es una forma de resistir. @analisistv